Los histriones Es bien conocido ya que los oníricos y brillantes cuentos de Borges, sin saberlo ni quererlo, inspiran tanto a físicos (así relata Alberto Rojo la relación de El jardín de senderos que se bifurcan con la mecánica cuántica u otros tantos casos como la utilización de La biblioteca de Babel para ilustrar las paradojas de los conjuntos infinitos y la geometría fractal, o la cita de El libro de arena en un artículo sobre la segregación de mezclas granulares)¹ como a simples lectores, siendo este texto ejemplo del segundo caso. Pues lo dicho, me he robado una idea de los escritos borgeanos y me propongo aplicarla a otro contexto (a uno real, para ser más específicos). El cuento se titula Los teólogos y, aunque quizá la elucidación que haré no sea inaprehensible para cualquiera que lo lea, la hago porque no la he visto en otro lugar y porque, quizá, con un poco de suerte, logre propagar entre los lectores un tanto más los mayestáticos cuentos de Borges. La narración es heresiológica y fantástica. Nos habla de dos escritores, Aureliano y Juan de Panonia, que se debaten por ser el mejor heresiólogo y, entre sus batallas, nos hallamos con aquella que se fundó sobre los histriones (también llamados especulares, cainitas, formas o simulacros). Los histriones, herejía oriunda del oriente (no se sabe si del Egipto o del Asia) que erigió santuarios en Macedonia, Cartago y Tréveris —y hasta pareciera que en todos lados—, tomó, en la diócesis de Britania, por símbolo de su nuevo cisma la cruz, volteándola y reemplazando al Señor con un espejo. Los emblemas de los histriones eran el espejo y el óbolo; las falacias e inventos base de sus acciones los convirtieron en catastróficos; y su doctrina urdida y basada en divergentes mitologías hacía que todos, independientemente de su criterio propio, convergieran en la confusión. ¿Ya va sonando familiar? Al leer el cuento nos encontramos con unas preciosas analogías que bien podrían aplicarse a nuestro entorno. El emblema del espejo y el óbolo histriónicos devienen sociedad de la selfie y el emprendedurismo teológico. El individualismo o solipsismo nuestro, unido a la miríada de ideologías feisbuqueras que tanto se profesan, han convergido en una necedad y disentimiento en el que solo coincidimos en estar todos confundidos. Y ahora que ya ha quedado claro nuestro propósito, ahondemos en el sinnúmero de analogías y posibles referencias que se encuentran. Nos cuenta Borges que los histriones invocaron y profesaron, entre otros versículos, el de Mateo 6:12 («perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores»), construyendo así comunidades que toleraban el robo, el homicidio, el incesto y la bestialidad. Pareciera que nuestros políticos y queridísimos narcotraficantes, a quienes se les dedican apologías rimbombantes que, entre acordeones y trompetas, suenan incesante y orgullosamente en nuestras incólumes calles, se repiten hasta el cansancio Mateo 6:12, exigiendo perdón por cada vez que se dedican al ejercicio de sus «profesiones» y roban y secuestran y mienten y asesinan. Y nosotros lo mismo cada vez que a nuestros deudores políticos les perdonamos las cosas referidas —porque las sabemos y platicamos todas muy normal y cómodamente, como si fueran fruslerías— y hasta les reímos las gracias, monumentalizándolas con memes muy simpáticos. También les gustaba mucho I Corintios 13:12 («vemos ahora por espejo, en oscuridad»), con el que demostraban que todo lo que vemos es falso y pura sombra. Y a nosotros también nos encanta que podamos presumir la falsedad y oscuridad de las notas periodísticas que van apareciendo en el inicio de Twitter y Facebook. Todas ellas nos parecen meramente virtuales y ficcionales, como si vivieran en el celular y sus efectos fueran menudencias likeables que se desvanecen al ponerse la pantalla en negro después de presionar un botón; todas nos parecen un falso reflejo de la realidad que, por falso, fácilmente se puede convertir en meme sin mayores consecuencias, idéntico a aquella alegoría kierkegaardiana en la que el payaso, cuando anuncia un incendio, solo recibe risas y aplausos a cambio de ello, siendo el caso tan así que el circo se vino abajo mientras todos seguían carcajeándose. Nuestro payaso favorito es el Presidente. Por último, los cainitas llevaban también tatuado y querían mucho al Juan 10:10 («yo he venido para que tengan vida los hombres y para que la tengan en abundancia») de nuestros entrepreneurs, que en la existencia y en sus palabras no encuentran otras razones que las que tengan que ver con la opulencia y el óbolo, recordándonos aquella graciosísima sátira quevediana del avaro que, cuando le leyeron los mandamientos en el Día del Juicio, respondió que obedecía a todos de esta forma: [Le leyeron el] «No jurar», y dijo que aun jurando falsamente siempre había sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano. «No matar»: —Por guardar esto no comía, por ser matar el hambre comer... Y otros tantos que, siendo así el caso, solo los obedecía cuando eran trasmutados a reglas teológicas para la avaricia. También los herejes de los que tratamos imaginaban que nuestros actos proyectan un reflejo invertido, de suerte que si robamos, el otro es generoso. Y qué bonita costumbre también la nuestra, que apuñalamos por la espalda a nuestros congéneres, pero no porque seamos malvados, sino porque en el fondo sabemos que aquella traición significará el nacimiento de una entrañable y bella amistad en el mundo de lo real, ¿cierto? Aunado a esto también la idea de que, dado que los simulacros defendían que los hechos no se repiten nunca en el transcurso del tiempo y solo pasa una vez cada uno, los más justos de entre ellos deben cometer las más infames acciones, para que estas no manchen el porvenir y se acelere el advenimiento del reino de Jesús. Ay, y cuántas veces no habremos pensado en aquello nosotros que vivimos en la tierra de la infamia y la desvergüenza. Todo sea por los que nos suceden. Incluso Borges nos cuenta que Teopompo de Berenice, aun siendo miembro del histrionismo, negó todas aquellas fábulas, igual que esos otros tantos que maldecían las arcanas divinidades de su propio panteón. Bueno, yo con esto pensaba decir que en nuestras primarias tenemos colgados calendarios con «el valor del mes», pero que en las calles llevamos puesto el letrero de la hostilidad y el desdén, como escupiendo y creyendo estúpido todo aquello con lo que fuimos criados. En los Libros Herméticos y Evangelios Histriónicos, la premisa mayor era la de que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba y viceversa; y en el Zohar, la de que el mundo inferior es el reflejo del superior. Supongo que nos gusta tanto la idea especular, la idea de que somos la sombra inversa del edén y podemos crear a nuestro gusto lo que allá arriba encontraremos, que practicamos tanto estas mutaciones tomándonos selfies y decorándonos con tal fatiga que terminamos siendo otros. Es como la plegaria, tributo y recuerdo de nuestra razón de ser. Lo increíble de todo esto que se relata es que Borges es un escritor hiperbólico que, aprovechando hábilmente casos muy concretos, va hilando su narrativa de tal forma que aquella pequeña idea que lo inspiró queda aumentada exponencialmente. Si alguien es observador no tardará el patatús en darle, porque es una ridiculez que la realidad se ajuste —y aún supere— narraciones ficticias que pretenden ser exageradas. Y sumado a todo, lo triste de este caso es que, como ya mencioné, este escrito no se debe a una maestría mía para descifrar metáforas y analogías, ni a una capacidad profética e inhumana de Borges, sino al lamentable hecho de que cualquier invención distópica, por absurda y fantástica que sea, será siempre equidistante a nuestra ridícula realidad. Aunque claro, cuando se trata de nombrarnos, el término borgeano de «histriones» atina perfectamente a nuestra calidad de efectistas y bufones. Bibliografía: 1. Rojo, A. (2006). El jardín de los mundos que se ramifican: Borges y la mecánica cuántica. CiberLetras. Recuperado de: http://www.lehman.cuny.edu |