De la danza terrible al Balloon dog de Jeff Koons Todo ángel es terrible… Rilke En el oriente indio es muy común encontrar esculturas del dios Sivá danzando con un aro de fuego detrás y con un pie sobre lo que parece ser un enano, pero, ¿por qué danza Siva? La danza Tandava[1] del Sivá Natarája representado en innumerables esculturas a lo largo del sur de Asia no tiene otro motivo que el de acabar con el mundo. Del cuerpo de Sivá se desprende una danza de la destrucción. Al observar esta representación con detenimiento se produce en nosotros un efecto de distanciamiento con dicha obra, su morfología a pesar de asemejarse a la humana, no corresponde a la de un cuerpo humano común, sus brazos, manos y piernas son más numerosos que los nuestros, su cuerpo no es un cuerpo apacible, sino más bien un cuerpo que ostenta movimientos frenéticos y aún mas, cuando sabemos que aquel dios danza para destruir al mundo con su baile, es natural que sintamos cierto temor por aquella representación y que nos preguntemos ¿quién diablos pudo haber producido una obra así? Si profundizamos más en el análisis de esta escultura del dios hindú sabremos que Sivá además de encargarse de destruir el mundo para así dar flujo a la renovación de los ciclos de vida, nos daremos cuenta que con su baile también destruye las separaciones entre los seres[2], esto es, la destrucción de los egos, por eso posiciona un pie sobre el humanoide debajo de él, que representa al demonio de las apariencias para someterlo rompiéndole la espalda; con esto anula el efecto de subjetividad y así, hace comparecer ante el (lo) otro a todo aquel que es bañado con el conjuro de su danza. ¿Pero a qué nos referimos aquí con “lo otro”? A nada sino a lo que no somos nosotros, a lo que está más allá de nuestro propio alcance, lo que es independiente de nuestra existencia. ¿Y cómo eso –lo otro– se relaciona con la belleza? En primera instancia, no hay relación directa entre aquello que aquí llamamos lo otro y la belleza, como ya dijimos, lo otro es aquello que simplemente no depende de nuestra existencia y queda fuera de nuestro alcance. Para los griegos lo poético tenía lugar solo en la tragedia, podríamos decir que la estética de la cultura occidental está fundada en el hecho trágico. Al analizar obras como Edipo rey y Prometeo encadenado pertenecientes al canon de la literatura griega antigua e incluso revisando piezas escultóricas como el Lacoonte y sus hijos siendo devorados por dos serpientes podemos constatar lo anteriormente dicho, y es que ¿dónde podemos encontrar más tragedia que en un hombre siendo sometido a voluntad de sus propios dioses? Los griegos llamaron dioses a aquello que no podían entender y que salía de su alcance, escribieron tragedias donde aparecían hombres padecientes a merced de sus deidades que les subyugaban de las formas más crueles; y esa fue su manera de entender y dar forma a lo terrible que puede llegar a ser la vida y la muerte. Lo anterior dicho inquieta, es cierto, y es muy probable que hasta estas alturas sigamos sin entender del todo porqué lo trágico evoca belleza; pero seguramente nos cuesta menos entender que existe belleza en lo poético, que no es sino la captación de un hecho que nos rebasa y nos sobrecoge; y es que como dice Rilke: “(…) la belleza no es sino el nacimiento de lo terrible; un algo que nosotros podemos admirar y soportar tan sólo en la medida en que se aviene, desdeñoso, a existir sin destruirnos”[3]. Así como con los griegos también en la India antigua la tragedia y lo que se presentaba como algo terrible para la existencia humana era entendida como belleza, su estética también está constituida en gran medida por lo trágico, ya hemos hablado anteriormente de la escultura de Sivá que danza para destruir el mundo. Desde aquí podemos comenzar a visualizar la gran distancia entre el Balloon Dog de Jeff Koons y el Sivá Natarája que danza el Tandáva así como con la tragedia griega. Más precisamente, diremos que el arte de Koons es un arte que no hace comparecencias más que con el yo subjetivo, es un arte que anula la posibilidad de apertura ante lo extraño, lo terrible, lo otro, producida –esta apertura– por el rompimiento de la subjetividad y que contrariamente a la anulación de los egos, otorga la posibilidad de incrementar el efecto de un sujeto narcisista. En primera, porque las esculturas de Koons están lejos de la representación de lo terrible y lejos de representar alguna tragedia, y en segunda, el reflejo que el sujeto percibe de si mismo en las esculturas tipo balloon termina por agradarle, y le agrada porque se recurre a un lugar común, al rostro propio –y si no le agrada al menos no se extraña ante su reflejo– ya que como señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han respecto de las esculturas tipo globo de este artista: “Las esculturas de Jeff Koons tienen, por así decirlo, la pulidez del espejo, de modo que el observador puede verse reflejado en ellas.”[4] ; en consecuencia, el acabado técnico de dichas esculturas que es plenamente pulido, multiplica las posibilidades de ensimismamiento del espectador; dichas representaciones producen un nuevo lugar de reconocimiento para y del sujeto, pero al mismo tiempo anulan la posibilidad de encuentro con lo otro, que es lo extraño –lo externo– como sucede en obras como el Sivá Tandáva o en obras del arte prehispánico como la Coatlicue por añadir otro ejemplo. Precisamente, en la escultura de la diosa mexica de la vida y de la muerte volvemos a encontrar los rasgos que nos acercan al sentimiento de lo terrible, aquello que nos sacude y pone nuestra vida en vilo cuando sentimos terror. El miedo que nos produce observar una obra como Coatlicue o el Sivá Tandava es el mismo miedo de pensar profundamente sobre nuestra existencia; lo que precisamente no sucede en las obras de arte kitsch como las de Jeff Koons. Mucho puede decirse acerca del arte contemporáneo y mucho puede dejar de decirse, entre estas últimas cosas, las que no se dicen –o que las dicen pocos– se encuentran resguardadas las obras de aquellos autores que han optado por producir objetos de mera apreciación hedonista, es decir, piezas escurridizas y de gusto inmediato que cargan consigo el efecto de un bienestar narcisista y que no obstante, carecen de poiesis. Obras que más que invitarnos a pensar el mundo, la existencia, o pensar el mismo arte respecto de estos, nos provocan más bien saborear pasajera e insípidamente dichas creaciones; un shot de gelatina pop. El llamado “arte kitsch” se ha embarrado por el mundo con el efecto de una granada que al estallar sus esquirlas son esparcidas hasta por rincones difíciles de acceder. No es raro ya encontrar en las casas de amistades cercanas un altar pop dispuesto sobre una mesa donde resaltan personajes kitsh tradicionales y en boga contextualizados en distintos escenarios, objetos de diseño con una gama de colores alegres e incluso chillantes, sobrevaloradas ilustraciones fácilmente comparadas con ejercicios de un boceto apenas empezado (muy lejos del primitivismo de Miró), así como fotografías de rostros pulcros y tersos con tratamientos suaves o filtros predeterminados de algún programa de software fotográfico que han sido adquiridas en alguna feria de diseño y tiendas departamentales; algo así como la casa –mostrada en YouTube– de la diseñadora e ilustradora mexicana Roxy Love perteneciente al dueto de diseño Taquito Jocoque cuyas exhibiciones son ya incluso internacionales[5]. Con lo anterior, no pretendo decir que desde la pobreza plástica no pueda producirse arte, sino que hay un sector de creadores de media tinta viéndonos la cara y vendiéndonos sus productos como si estos tuvieran un verdadero valor artístico; y también está la otra cara de la moneda, donde paralelamente, hay creadores produciendo objetos que ostentan una gran calidad técnica pero que de igual forma, carecen de poética y pensamiento. Cada vez más se producen obras que no generan una distancia contemplativa, el tratamiento con el que han sido producidas varias de las obras de Koons, que es un tratamiento de lo perfectamente simétrico, de lo liso y agradable da fe de la gran capacidad técnica de la era contemporánea y además genera un público numeroso en los museos donde son montadas dichas piezas; hoy en día el arte kitsh gana terreno y se impone cada vez más por ser el arte del capitalismo por antonomasia, esta última característica atribuida a este tipo de arte puede resultar ruidosa, no obstante cuando se cae en cuenta de que las características plásticas mencionadas antes permiten que el público se acerque más fácilmente a estas piezas ya que son del gusto inmediato de las masas, se cae en cuenta de que este tipo de obras son sumamente digeribles, hablamos de un “arte light”, lo que permite consumirlo con mucha facilidad; no obstante, el arte no puede ser consumido si de verdad es arte, cuando el arte es consumido pierde su distancia contemplativa y pasa a ser un producto más de consumo. No es raro encontrar réplicas de las esculturas de Koons o las gráficas de Lichtenstein en internet a precios escandalosos, ya ni siquiera hace falta ir nuevamente al museo para tener al objeto de cerca; este tipo de piezas no le dificultan la tarea a la industria porque ni siquiera presentan el aura artístico[6] necesario para que sea imprescindible ir a visitarlas al museo, ya que son perfectamente reproductibles. Los actuales programas de apoyo a la creación artística, las numerosas expos de diseño, así como la facilidad de comercialización del diseño actual por medio de las redes sociales, han servido como arietes para romper los filtros por los que puede valorarse un objeto como obra de arte. Hoy en día es muy común que las líneas del arte y el diseño se crucen y por consiguiente sea muy fácil confundir la segunda con la primera o que sea difícil distinguir a la primera de la segunda para un espectador promedio. La expansión del consumo de diseño en todas sus variantes y su filtración a estos programas de apoyo a la creación han puesto sobre la mesa de discusión el modelo de un falso paradigma artístico que gracias a que este tipo de creaciones son fácilmente asimilables por la cultura en general, han logrado cierta invulnerabilidad al grado de ganarse un fiel aliado: el mercado de consumo lego; y como resultado de esto, tenemos cada vez más exposiciones con este tipo de objetos en galerías, intervenciones urbanas o museos. Lo preocupante de este fenómeno no es tal vez el que este tipo de artesanías produzcan en el público el efecto de consumo inmediato, es decir, eso es muy preocupante, pero si nos centramos específicamente en lo estético, lo verdaderamente alarmante es que se termina por valorar como arte a un objeto sin poética y sin pensamiento, objetos que no producen una distancia contemplativa como bien distingue Byung-Chul Han[7]. Pareciera que los artistas actuales tales como Jeff Koons o hasta vanguardistas como el propio Lichtenstein en no pocas de sus piezas se han esmerado por realizar objetos cada vez más atractivos para el público al producir objetos bonitos desechando las posibilidades de acercarse a lo bello, generando así un arte del “me gusta” para el catálogo del gusto colectivo y alejándose de lo estéticamente poético, para que las personas puedan tomarse selfies frente a las piezas, en lugar de contemplar y pensar dichas obras de arte. No es raro que al hacer una selección del gran número de obras del arte contemporáneo que presentan dichas características las conferencias de Avelina Lésper ganen aplausos y reconocimiento; no obstante, el afirmar que el arte contemporáneo no tiene nada que decir también es afirmar que el pensamiento contemporáneo es vacío y escueto, hacer arte es crear pensamiento y en la actualidad se sigue creando arte que vale la pena contemplar; no obstante, también hay que decir que tal vez la mayoría de lo que hoy en día tiene el reconocimiento de las masas y de las grandes galerías de arte no valga tanto la pena como ir a observar esculturas y obras diversas que fueron producidas hace varios siglos atrás, si es que queremos tener frente a nosotros una obra bella. [1] Tándava: se traduce como danza frenética [2] Véase COOMARSWAMY Ananda K., La danza de Siva (2006), Siruela, Madrid, pp. 77-78. [3] RILKE Rainer M., Las elegías de Duino, Sexto Piso, México, p. 7. [4] HAN Byung-Chul, La salvación de lo bello, Herder, Barcelona, p. 4. [5] Liga del video: https://www.youtube.com/watch?v=Kofs4qLOtm0 [6] BENJAMIN Walter, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Itaca, México, pp. 46-49. [7] HAN Byung-Chul, op. cit., p. 3. |