El arte y sus fronteras “¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer” César Vallejo Luego de la inoportuna noticia de la muerte del arte[1] muchos se han prolongado a favor de su vitalidad, más allá de continuar esta discusión, en el siguiente apunte me propongo exponer por qué en nuestra época más que nunca el arte debe demostrar su vigor y fortaleza. En lo personal me sumo a la idea de que las expresiones artísticas aportan uno de los caminos más eficientes para impulsar el pedregoso camino en el porvenir. El arte funciona más que como una mera imitación de la realidad[2]; las artes también suelen abrir brechas entre aquello que creemos inamovible para mostrar que otros mundos son, además de necesarios, posibles. Las artes no se reducen a ser el reflejo que simplemente proyecta, y quizá prolonga, la realidad a modo de espejo. Cabe traer a colación una idea de Barthes: “Escribir quiere decir hacer vacilar el sentido del mundo, platearle una interrogación indirecta a la cual el escritor, por una indeterminación última, no se abstiene de responder”[3]. Pero si es de tal magnitud el poder de las artes, cabe preguntarse ¿por qué se les ha limitado a ser meras representaciones abstractas y muchas veces sólo se les aísla en la burbuja de la imaginación, fantasía o irrealidad? Se ha olvidado que las artes abarcan además de experiencias estéticas, otras como pueden ser informativas, comunicativas, educativas, rituales, e incluso, funciones éticas. Estética y el vínculo con la ética La preocupación de Gillo Dorfles a propósito de las artes, aterriza precisamente en el carácter ético. El esteta italiano no reconoce que las artes estén desvinculadas de premisas, motivaciones o finalidades morales[4], no obstante para él, las mayores dificultades que enfrenta el arte están relacionadas con implicaciones económicas y culturales que tienen que ver con las paradojas que surgen a partir del privilegio que poseen ciertos estratos de la sociedad para acceder a conciertos, museos, teatros, etc. y por otro lado; el público que representa la mayoría, es decir, aquellos que no pueden acceder a las artes de “élite” y deben conformarse con el “seudoarte” (“novela rosa”, espectáculos de la televisión y de la radio). El mayor problema que Dorfles vislumbra es que este “seudoarte” tiende a producir “adormecimiento, aniquilamiento de la voluntad y de la conciencia vigilante del hombre”[5]. Dado el panorama en el que las artes se ven inmiscuidas en la generación del consumo, resultará productivo hacer una revisión respecto a los grandes públicos, así como el papel y el tipo de relaciones que se establecen entre las artes y los medios masivos de comunicación. Para ello hemos entablado un diálogo con los escritos de Adolfo Sánchez Vázquez, quien recibió con entusiasmo los postulados de la Estética de la recepción[6] e incluso propuso ampliarlos hacia lo que llamó “la estética de la participación” con la finalidad de invertir la función del espectador. Es decir, para Sánchez Vázquez, la relación entre la obra y el espectador no debía ser únicamente de contemplación, sino que era necesario tender canales para propiciar la participación, incluso desde el momento de la creación, así también el filósofo se pronunciaba a favor de la vinculación de la técnica y el arte a fin de asegurar la vitalidad de esta última, una visión similar a la que Dorfles propuso con el nombre de “sinestesia” entre diversos lenguajes artísticos[7]. Aunque para Sánchez Vázquez, la participación masiva en la producción artística debía convertirse en una “praxis humana” capaz de abolir la enajenación a partir de su antítesis: la creación. Coincido plenamente con las ideas de este filósofo, sin embargo, la propuesta de una nueva “forma de apropiación estética” resulta un tanto incompleta si no pensamos y proponemos la manera en que las artes pueden alcanzar un mayor público. El anhelo de aumentar la recepción de las artes nos invita a pensar en el papel que juegan los medios de comunicación al ser éstos sistemas los que precisamente tienen mayor alcance en las masas. Dorfles y Sánchez Vázquez armonizan con las ideas de Jesús Martín Barbero pues los tres pensadores señalan que el papel de los medios de comunicación masiva como la radio y sobre todo la televisión, gradualmente reducen la posibilidad de que los espectadores demanden calidad en lo que observan. La televisión, lejos de promover reflexión y acercamiento de los espectadores a las artes, se ha convertido en un medio que distrae y enajena mediante la manipulación de las emociones. Para Martín Barbero “la función del arte es justamente lo contrario de la emoción: la conmoción”[8] en donde la conmoción viene a ser el momento para que el sujeto se abra a una verdadera experiencia estética. Resulta pues, que los medios masivos han mermado el posible proyecto de socialización o masificación del arte[9]. Lo inacabado, la obra y su recepción Si bien la socialización de las artes a través de los medios masivos resulta complicada es necesario pensar en otro tipo de alternativas. Adolfo Sánchez Vázquez propone como alternativa algunos postulados de Umberto Eco expuestos en La obra abierta. Para el autor del El nombre de la rosa, la obra de arte es: un objeto producido por un autor que organiza una trama de efectos comunicativos de modo que cada posible usuario pueda comprender (a través del juego de respuestas a la configuración de efectos sentida como estímulo por la sensibilidad y por la inteligencia) lo obra misma, la forma originaria imaginada por el autor.[10] De esta forma podemos deducir que el goce estético de la obra de arte implica la interpretación a partir de la participación del espectador. Con ello nos acercamos al terreno de la función comunicativa del arte. Recordemos que las reflexiones de Umberto Eco están formuladas a partir de estrechas relaciones con las teorías de la comunicación, esto puede notarse en el apartado que dedica al análisis del lenguaje poético de la “obra en movimiento” u “obra abierta”. En dicho apartado, se alude al estímulo estético, que según Eco, emana del lenguaje referencial y emotivo en cada obra. La función referencial y emotiva cobra impacto en el “uso” más que en la estructura, pues depende del receptor integrar el sistema de referencias que la obra propone a la misma totalidad de la obra para así reconstruir el sentido. Notamos pues, que el estímulo estético es una especie de invitación, a partir de la estructura, para intervenir en el desciframiento de la obra. Sobresale que dicha interacción con la obra se piense como un juego. Sobre la resurrección del arte: el juego El juego implica necesariamente movimiento. Resulta fácil trasladar esta idea a la interacción que Eco propone para entender la obra de arte. En el mismo sentido Hans-Georg Gadamer explora el lugar que le correspondería al juego dentro de las artes y encuentra que en todo el arte, aunque subrayadamente en el arte moderno se busca “anular la distancia que media entre audiencia, consumidores o público y obra”[11] mediante la incitación del juego se puede llegar a comprender lo que la obra intenta comunicar. Incluso más allá de la comunicación deberíamos hablar de la función lúdica del arte en donde intervenga el reconocimiento de la relación entre los espectadores como sujetos que se relacionan con objetos (en este caso con obras de arte). Sin embargo, no debemos entender el juego como una actividad que responde únicamente al movimiento sin regla alguna. Es preciso sostener que el juego es quizá la única actividad en donde puede conjugarse la razón y lo emotivo; para Gadamer se trata de una “racionalidad libre de fines”, para ilustrar esto, el filósofo alemán nos plantea el siguiente ejemplo: “Cuando un niño va contando las veces que bota el balón en el suelo antes de escapársele”[12] si el niño logra una cantidad mayor a la esperada sentirá alegría, sentimiento que se invertirá si el balón se le escapa antes. En este ejemplo encontramos que la racionalidad de llevar un conteo no obedece más que el hecho de establecer un parámetro consigo mismo. La relación del receptor con una obra no necesariamente implica libertad absoluta, más bien es una libertad que resulta de la misma estructura, aquí podemos recordar Rayuela de Julio Cortázar; una obra que ya desde su título nos remite a un juego (conocido como el “avión” en México), al pretender la lectura lineal a la que estamos habituados nos encontramos con una especie de instructivo que nos propone no sólo una, sino múltiples lecturas, se nos pone en las manos del azar que el mismo juego de la rayuela implica, además el contenido de la obra, entre muchos otros, también tematiza el hecho mismo de la causalidad entre los personajes. El juego es también un recurso mediante el cual, las artes resultan más accesibles a las grandes masas, representan menores costos, mayor convivencia, la posibilidad de compadecer y de ejercer la experiencia de la alteridad mediante la reunión y el reconocimiento de las capacidades humanas a través de los otros y con los otros. La empatía surge y se enriquece porque se acompaña también de la experiencia estética, entonces las artes dejar de ser aquello lejano, aislado, que no puede entenderse y en cambio, se transforma en lo que nos suspende, nos enfrenta a nosotros como otros y a nosotros como parte de un todo, de una comunidad y de una sociedad. Lo anterior debe complementarse con la reflexión que al principio de este trabajo adelantamos. Si la estética implica en su significado un conato de la ética, entonces todo estudio sobre el arte debe incluir una reflexión sobre el aspecto ético.Recordemos a Ricoeur, que en la “Mimesis I” o Prefiguración no deja de lado el aspecto ético que se involucra en toda narración: “es necesario saber que [la] eventual neutralidad ética habría que conquistarla con gran esfuerzo en contra de un rasgo originariamente inherente a la acción: precisamente el de no poder ser jamás éticamente neutra”[13]. De este modo las artes, al nacer para llegar a un público, implican desde su prefiguración, una mediación simbólica de ciertos valores, incluso cuando se pretenda anular cualquier juicio moral en la obra. Desde el punto de vista del creador (o artista) es necesario un pronunciamiento ético. El arte es una invitación a la creación, invitación que nace de la inconformidad, representa un acto plenamente vital en tanto que apela a la creación y es de una u otra forma algo que se hace por, con y para los otros, por esta razón las artes no puede prescindir de fines éticos aunque el carácter ético no sea explícitamente intencional o el principal fin de la obra de arte. Lo anterior es uno de los privilegios de las artes: la capacidad de mantener implícitos los caracteres éticos que invitan al encuentro con nosotros mismos para que al confrontar nuestros valores, nuestro mundo y sus posibilidades podamos encontrar alternativas y así volvernos al mundo con la afectación particular que nos permitirá de modificar nuestra realidad. Conviene en este punto, volver al principio de este texto. Si la socialización se presenta como una alternativa para contrarrestar el pesimista anuncio de la muerte del arte es indispensable encontrar la manera en la que dicha socialización se haga efectiva. Adolfo Sánchez Vázquez aboga por los avances tecnológicos, pero no olvidemos que dichos sistemas representan altos costos y que fácilmente pueden convertirse en consumo mercantil y transitar frágilmente al lado de la enajenación. Cabría, tanto para creadores, estetas y difusores del arte, reflexionar seriamente sobre la recuperación del ápice ético de las artes, esto como una alternativa que encamine cada expresión hacia un destino lejano a la decadencia. Probablemente la tarea más ardua consistirá en suprimir la enorme brecha que la modernidad ha impuesto entre la obra de arte y el espectador. Será necesario promover la participación libre de prejuicios, en donde el espectador busque entender lo que la obra le comunica, ya sea mediante el juego u otras formas de interacción que surjan con el tiempo. * Referencias [1] Recordemos que la idea original acerca de la muerte del arte viene de Hegel, pues este filósofo, como apunta Adolfo Sánchez Vázquez, pensaba que el arte “ya no respondía a los altos intereses del Espíritu; a su modo de ver, había perdido todo lo que en él [en el arte] había de verdad, de realidad y necesidad; era por ello, cosa del pasado.” Adolfo Sánchez Vázquez, De la estética de la recepción a una estética de la participación. p. 109. [2] No dejemos de lado que la idea de que las artes son imitaciones parten de la Poética de Aristóteles en donde el filósofo griego expuso que todas y cada una de la artes son reproducciones por imitación y que se diferencian según los medios con los que imitan; por los objetos que imitan; o por imitar los objetos de manera contraria a la que son. [3] Roland Barthes, Sobre Racine, p. 34 [4] Gillo Dorfles, El devenir de las artes, p. 249. [5] Ibidem., p. 250. [6] Ver Adolfo Sánchez Vázquez. De la estética de la Recepción a una Estética de la participación. (La ficha completa se encuentra en la bibliografía) [7] Para Dorfles la “sinestesia” es la asimilación o absorción de un arte por parte de otro, logrando apropiar el primero e integrarlo en proporción al segundo. Dorfles, Op. cit. pp. 54-56. Podría existir una especia de sinestesia al lograr el equilibrio entre algunos avances tecnológicos incorporados a las manifestaciones, como se ha demostrado con éxito en algunas puestas teatrales y dancísticas. Un ejemplo de esto es lo que ha logra la compañía de danza interdisciplinaria “Giocando IN”. [8] Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones, p. 55. [9] No debemos olvidar que el desarrollo de los medios masivos están íntimamente vinculado a la sociedad de consumo mediante la enajenación y sobre todo, que los propósitos que persiguen están conectados con la ganancia económica. [10] Umberto Eco, La obra abierta, p. 65. [11] Hans-Georg Gadamer. La actualidad de lo bello. p. 70 [12] Ibidem. p. 68. [13] Paul Ricoeur. Tiempo y narración I. p. 123. Las cursivas son nuestras. * Bibliografía Aristóteles. Poética. Trad. Juan David García Bacca. México: UNAM. 2011. Barthes, Roland. Sobre Racine. México: Siglo XXI. 1992. Dorfles, Gillo. El devenir de las artes. Trad. Roberto Fernández Balbuena. México: Fondo de Cultura Económica. 1993. Echeverría, Bolívar. Definición de la cultura. México: Fondo de Cultura Económica/Editorial Ítaca. 2010. Gadamer, Hans-George. La actualidad de lo bello. Trad. Antonio Gómez Ramos. Barcelona: Paidós. 1991. Martín- Barbero, Jesús. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. México: Ediciones Gustavo Gili. 1987. Ricoeur, Paul. Tiempo y narración. Trad. Agustín Neira. México: Siglo XXI. 2009. Sánchez Vázquez, Adolfo. De la estética de la Recepción a una Estética de la participación. México: Facultad de Filosofía y Letras/UNAM. 2005. |